De los sueños me fascinan muchas cosas, pero lo que quiero destacar en esta ocasión es un aspecto de los mismos: nos movemos por escenarios y ambientes e interactuamos con personas… nada de lo cual se corresponde, muchas veces, con lo que vivimos en la vida de vigilia. Es decir, de pronto nos hallamos en las calles de una ciudad absolutamente inédita y sabemos qué dirección tomar para ir a un sitio totalmente inédito. O nos relacionamos con personas que en el sueño son “obvias” pero que no coinciden con nadie de nuestra vida.
Esto de que de pronto seamos conscientes, en otra realidad o estado de consciencia, de todo un contexto, no tiene lugar solamente en los sueños. Basta con que nos adormezcamos un poco, apenas unos pocos segundos o incluso un segundo, para que entremos en un contexto distinto del de nuestra vida de vigilia, pero todos los referentes del cual nos resultan “obvios”.
Si no te has dado mucha cuenta de esto agudiza tu percepción, porque ocurre. Lo que pasa es que descartamos con facilidad estos momentos, porque enseguida “amanecemos” de nuevo a nuestra vigilia y todos esos otros momentos tienen tendencia a parecernos irrelevantes.
Me parece fascinante que en un segundo seamos capaces de ponernos en un contexto lleno de nuevas referencias y que tengamos tan claro todo lo que está ocurriendo allí. Y que, asimismo, cuando salimos de ese estado apenas recordemos nada de todo ello.
Este fenómeno habrá quien lo explicará por la existencia de realidades paralelas con las que temporalmente sintonizamos y habrá quien dirá que no son más que creaciones del cerebro. No entraré en este debate pues corresponde a los expertos en la materia. Si he evocado este fenómeno es para remarcar que tenemos una increíble capacidad para dar las cosas por sentadas.
Es decir, entramos en un sueño y “por supuesto” que ese paisaje o esas personas están ahí. O entramos en un casi sueño por un segundo y ocurre lo mismo. Y pregunto: ¿esto ocurre solamente cuando nuestro cerebro entra en una determinada fase? ¿O está ocurriendo de continuo? Digo esto porque nacemos y desde el momento en que tomamos la primera conciencia de este mundo damos por supuesto que este mundo existe, que es como es y que es el lugar donde estamos desarrollando nuestra vida. Nos levantamos por la mañana y damos este mundo por supuesto, nuestra vida por supuesta y todo lo que nos rodea por supuesto. E incluso puede ser fácilmente que, de tan supuesto que lo damos, ¡lleguemos a considerarlo incluso aburrido!
Bien, pensemos: este mundo tan aburridamente por supuesto, ¿era igual de obvio para nosotros antes de que naciésemos en él? ¿Será igual de obvio dentro de un tiempo, cuando nuestra conciencia haya abandonado definitivamente nuestro cuerpo y se instale en otra dimensión? ¿O tal vez podrá incluso llegar a ocurrir que, en otra dimensión con otras leyes del tiempo, todo el conjunto de la vida que habremos vivido parezca entonces, toda ella, un sueño fugaz? Porque al fin y al cabo no vivimos tanto rato; desde el punto de vista de la eternidad, poca diferencia hay entre el sueño de una noche o un “sueño” de ochenta años.
En fin: que vivimos dándolo todo por supuesto (por supuesto que hay montañas, coches, árboles o personas en el mundo), así como damos enseguida por supuesta cualquier otra realidad nada más aparecemos en ella. Somos poco fieles a una coherencia, desde este punto de vista. O tal vez es que somos más multidimensionales de lo que habitualmente pensamos.
Sea como sea, y con todas las cosas buenas que pueden ser inherentes a esta capacidad que tenemos de cambiar de escenarios sin inmutarnos, hay un talón de Aquiles: y es que el solo hecho de dar por supuesta cualquier realidad que estemos experimentando constituye, en sí mismo, lo que bien podría ser un error existencial.
Nos preguntamos si existe Dios, y un más allá, etc.; sí, pero, ¿y el más acá? Es decir, ¿y este mundo? ¿Está aquí por casualidad? ¿Por qué lo damos por supuesto, igual que damos por supuesto cualquier escenario de un sueño?
Si nos fijamos bien, no hay nada en este universo que corresponda a un por supuesto. Si me dices que señale algo que pueda existir “por supuesto” te diré que la nada, el permanente vacío del cosmos infinito puede acaso “por supuesto” existir, ya que no requiere de nada más, y aun así no estoy muy seguro. Todo lo demás, de por supuesto no tiene nada. Nada obliga per sé a que existan estrellas, planetas y mucho menos unas circunstancias tan llenas de matices como las que pueblan nuestro planeta.
Fijémonos de qué están hechas las cosas: de átomos, que esencialmente son partículas de energía girando a gran velocidad. Si ya la existencia de un átomo es un misterio, fíjate lo que es que se junten muchos, es decir quintillones y más quintillones de ellos, y que además no lo hagan de cualquier manera, sino que existe un principio rector, una idea, que hará que construyan un grano de arena, una gota de agua y un ilimitado etcétera de cosas más. Y, para colmo, muchas de las estructuras constituidas por los átomos son autoconscientes, de manera que piensan y se mueven por sí mismas, etcétera.
Tal vez una especie de azar cósmico podría acabar dando origen a un átomo y después a otro, y bastante más azar podría hacer que varios se juntasen para dar lugar a algún ente diminuto y amorfo, pero ¿una cantidad prácticamente infinita de átomos conjuntándose con sentido para dar lugar a una ilimitada cantidad de cosas con sentido?; no hay concepto de azar que sea capaz de sostener esto.
La ciencia ha entrado en escena para intentar hacer el misterio menos misterioso y nos habla, por ejemplo, de la información contenida en el ADN para justificar que a partir de ese óvulo o de esa semilla va a desarrollarse toda una compleja forma de vida. Sí, muy bien, pero ¿quién puso esa información ahí? ¿Cuál es la esencia misma de esa información? ¿Y cómo se consigue que esa información se despliegue con extrema inteligencia a cada paso para dar lugar a algo extraordinariamente complejo y grande comparado con la semilla original? Dar todo esto por sentado supone quedarnos muy en la superficie de las cosas. Sería como dar por supuesto que plantando un chip al cabo de un tiempo se habrá desarrollado un ordenador. El ser humano ha conseguido, con la inteligencia artificial, que se desplieguen datos comprimidos, pero nada semejante a que las cosas se autoconstruyan inteligentemente a partir de esos datos, y mucho menos que esas cosas aparezcan de pronto dotadas de vida autoconsciente.
Somos como una especie de delegados de una gran consciencia cósmica a los que solo nos ha sido dado conocer y operar con una muy pequeña parte de dicha inteligencia. Yo soy incapaz de imaginarme cómo a partir de una semilla se desarrolla un árbol, y no digamos ya cómo a partir de un embrión se desarrolla un ser humano, si no es concibiendo que hay mundos invisibles ahí trabajando, en otro tiempo y desde otra percepción de la realidad, velando por el desarrollo coherente de todo ello, o incluso construyéndolo todo paso por paso. O, por lo menos y como mínimo, es necesario que alguien o algo haya dotado de contenido a la información de los genes.
Muy alegremente hablamos de la información genética, pero resulta apabullante la característica de esa información. La información que ponemos en un ordenador acaso no sea en sí misma inteligente, basta con que los inteligentes seamos nosotros, pero la información contenida en un gen tiene que estar dotada en sí misma de una inteligencia tremenda para que algo complejo y vivo pueda desarrollarse desde ahí a partir de metabolizar algunos componentes externos. “¿Somos lo que comemos?”; no exactamente: si hago una montaña con todo lo que he comido a lo largo de mi vida tendré allí un montón de algo más o menos agradable o repugnante a la vista, pero nada semejante a un cuerpo humano. Sin inteligencia, sin una insondable inteligencia que vele por todos los procesos de la vida, no somos nada, no crece nada.
Así pues nada es por supuesto, nada es per se, sino que es necesaria una inmensa cantidad de inteligencia para crear y sostener todo lo que hay. Y la inteligencia es también intención. Si un árbol o un ser humano no ha sido concebido, si no ha sido pensado antes, ¿cómo se habrá podido poner en su genética la información ordenada que permitirá su desarrollo? Pues la información en este caso son esencialmente ideas, conceptos que se sabe cómo llevar de lo abstracto a lo concreto.
En fin: desde mi punto de vista, no hay nada que podamos dar por supuesto, ni en este mundo ni en cuantos mundos existan. Sin la intención de una gran inteligencia magnífica no tenemos nada, y esto para mí es una obviedad. Por más que se llegue a descubrir el componente más primigenio constituyente de la realidad, nada sabremos de la insondable información que subyace a las apariencias; la información que permite que tantas cosas se desarrollen hasta la plenitud de su existencia, dentro de una gran coherencia y un gran orden.
Si no podemos dar el mundo por supuesto nos podemos preguntar qué es lo hace que haya tanta inteligencia implicada en dar forma a tantas cosas en nuestro mundo. Si tras las formas hay inteligencia, también tiene que haberla tras el propósito de las mismas, pues no es lógico aplicar una inteligencia compleja para hacer algo complejo sin una finalidad clara. Entonces podemos deducir que todo tiene un propósito, que todo tiene sentido, y que se despliega en nosotros y ante nosotros para ofrecer, por lo menos, un gran caudal de experiencias, de maneras de relacionarse la vida entre sí para el enriquecimiento mutuo de todas las partes.
De pronto no des nada por supuesto. No concibas que las cosas son así porque son así; no te encojas despreocupadamente de hombros mientras afirmas que el mundo está sencillamente aquí, que siempre ha estado aquí y que la cosa no tiene más misterio. En primer lugar, el mundo no siempre ha estado aquí, y no es solo que las cosas tengan misterio; es que en sí mismas son una emanación del misterio. Así como puedes despertar dentro de un sueño y preguntarte qué haces ahí, de dónde has venido y adónde vas, despierta en tu misma vida y maravíllate por el simple hecho de que has venido a parar a ella, y aprécialo todo como que nada es por supuesto, sino que todo tiene detrás complejidad e intención. Así vuelves a despertar a la magia de la vida y de la existencia, y tu relación con todo lo que te envuelve nutre cada minuto y cada segundo la experiencia de tu alma. ¿Aburrido, deprimido? Ya no tienes por qué. Puedes abrirte de nuevo y de pronto, con un solo clic interno, a la maravilla.
© Francesc Prims Terradas