En este momento estás viendo Cómo puedes tener mejores relaciones con los demás y, a la vez, ganar en sabiduría

Cómo puedes tener mejores relaciones con los demás y, a la vez, ganar en sabiduría

Algunas personas que no han convivido más allá del ámbito de la familia tienen una sensación ideal de lo que sería compartir en otro contexto, con personas de su elección en principio más afines, con las que divertirse y entre las cuales ayudarse para vivir una vida más o menos tranquila, más o menos comprometida.

Tuve ocasión de entrevistar hace pocos años a Diana Leafe Christian, reconocida experta en el tema de las comunidades y ecoaldeas, quien me reveló que, mediante un estudio que llevó a cabo sobre las comunidades de EE. UU. en los años noventa, constató que el 90 % de ellas habían sucumbido durante los tres primeros años. Colaboradores y amigos suyos le dijeron que en otras partes del mundo ocurría lo mismo. Y si bien hay múltiples motivos que pueden contribuir a que una comunidad o ecoaldea no prospere, Diana tenía claro que el factor número uno eran los conflictos entre las personas.

Su valoración no me sorprendió en absoluto. Yo mismo viví en comunidad durante doce años, la cual, aunque contaba con elementos fuertemente cohesionadores, no por ello era inmune a la inestabilidad inherente a la marcha de los individuos, que se compensaba más o menos con la incorporación de nuevos miembros.

La comunidad en la que viví fue de larga duración; con esplendor muchas veces y a trancas y barrancas otras, dinamitó la vida media de las comunidades y permaneció durante unos treinta años.

Para que una comunidad sea capaz de sostenerse a lo largo de tanto tiempo es imprescindible que acontezca algo: es vital que una, dos, tres, cien y mil veces los distintos miembros de dicha comunidad estén dispuestos a que se pongan en tela de juicio sus opiniones. Las personas deben ser capaces de observar que su visión de las cosas es parcial, detectar los factores de fondo que las llevan a sostener esa visión y ser permeables a las influencias que puedan llevarlas a adoptar puntos de vista más integradores. A veces esto supone una capacidad casi heroica de autosacrificio y ser capaz de renacer a una visión nueva de la realidad, más expandida.

No hay nada que pueda sustituir una alquimia de estas características, pero me gustaría compartir una comprensión de base que me resultó fundamental, la cual puede resultar útil en general cuando se trata de convivir o de sobrellevar mejor las relaciones.

Esta comprensión es que, por regla general (claro, en la vida siempre puede haber excepciones, pero no tantas), los demás no están ahí para herirnos o fastidiarnos, por más que podamos sentirnos heridos o fastidiados con sus comportamientos. Nos tomamos de manera personal, como ataques a nuestra persona, palabras, comportamientos o actitudes de los demás que, dentro de nuestro sistema de valores, resultan ofensivos, pero que no son ofensivos dentro del sistema de valores de la otra persona. A menudo, lo que hace la persona es expresarse de acuerdo con su propia coherencia; no expresarse de acuerdo con la intención de hacernos daño.

También tenemos que tener en cuenta otro punto, y es que en efecto está lo que nosotros pensamos acerca de la otra persona, pero a menudo obviamos que esa persona también tiene una opinión de nosotros. Cada uno de nosotros tiende a verse a sí mismo más o menos como un referente de nobleza y coherencia, pero ¿qué creemos? ¿Que esa persona a la que criticamos o atacamos se ve a sí misma como la mala de la película y que nos ve a nosotros como santos? Seguramente en su sistema de valores su conducta estará plenamente justificada, mientras que la nuestra estará fuera de lugar.

Pongamos un ejemplo. Somos personas amables que siempre intentamos tener una buena palabra con los demás, hacerles sentir bien e intentamos no herir al otro cuando hace algo que no nos parece correcto. Esta es nuestra coherencia y creemos que nos estamos manejando bien en base a ello. De pronto topamos con alguien mucho más rudo que nosotros; alguien temperamental que no mide bien sus reacciones ni sus palabras, y por supuesto somos víctimas de alguno de sus arrebatos.

Fíjate en nuestra reacción: nos sentimos heridos y llegamos tal vez a descartar a esa persona, considerándola el vivo ejemplo de la anticonvivencia. Sentimos una herida muy dentro, pero como somos amantes de las buenas formas apenas la ventilamos, y guardamos ese resentimiento. Exquisitos por fuera, pero con cargas dentro. Y a esa persona procuramos evitarla en la medida de lo posible.

Ahora veamos la otra persona. Así como nosotros nos consideramos el referente de la corrección, la otra persona puede bien considerar que somos esencialmente fachada, y que nuestra actitud no permite ir al fondo de los asuntos del alma y ventilar realmente las cosas. Esta persona puede sentirse enojada cuando ve que tratamos con corrección a alguien que se ha comportado mal, alguien a quien saldría más a cuenta meterle una buena bronca en esa ocasión para intentar provocarle un clic interno. Y entonces tiene que ser esta persona la que adopte la postura firme, a riesgo de aparecer como el malo, dado que nosotros hemos soslayado la cuestión para conservar incólume nuestra fachada. Pero a esa persona a la que internamente tanto criticamos no le importa ser vista como buena o como mala, porque está más allá de este factor de la personalidad que tanto nos condiciona a nosotros. Y así como no le importa ser vista como buena o mala tampoco está tan apegada a esta dicotomía en su interior, de modo que es probable que nos juzgue con menos severidad que la que nosotros empleamos para con ella: para esa persona, tras la bronca que ha tenido con nosotros algo ha salido a la luz y ha sido limpiado, e incluso tal vez nos considera amigos, mientras que nosotros no estamos dispuestos a perdonarle lo que nos ha hecho.

Será difícil que nos despojemos de nuestra personalidad inherente, y seguramente tampoco tenemos por qué hacerlo, pero sí es muy importante que tomemos conciencia de los factores no tan nobles que se hallan detrás de nuestras posturas mentales y de nuestros comportamientos que de entrada nos parecen coherentes. Tenemos que darnos cuenta de que hay cosas en nosotros que no están en coherencia con la impecabilidad que hasta ahora presuponíamos en nosotros, con el fin de suavizar estas cosas en la medida de lo posible y, sobre todo, para ser mucho más comprensivos y tolerantes con los demás.

Hay que comprender que cada cual es un sistema autorreferente. A partir de factores genéticos, de todo lo que hemos vivido y tal vez de lo que vivimos en otras vidas hemos cuajado un sistema de referencias que nos permite más o menos funcionar por la vida, con nuestra propia coherencia. Pero no somos un sistema de verdades en perfecta armonía, como podría serlo Dios, sino que somos un sistema autorreferente. Es decir, que nos remitimos a nosotros mismos, nos remitimos a todo aquello que por nosotros mismos somos capaces de percibir y comprender de la realidad. Pero ello no es la totalidad, sino solo el fruto de nuestras experiencias y de las maneras en que tuvimos que adaptarnos a dichas experiencias con el fin de prosperar o sobrevivir.

Cuando conozcamos a alguien, por simpático que parezca o por más que nos enamoremos de esa persona, tengamos en cuenta ya de entrada que esa persona se autorreferencia, y que algunas de sus referencias pueden ser análogas a las nuestras, pero que otras sin duda no lo serán. Su coherencia no será idéntica a la nuestra. Así pues, estate dispuesto a que esa persona, más pronto o más tarde, te sorprenda. Lo hará. Y cuando lo haga, en lugar de apresurarte a juzgarla según tu propio sistema de referencias, intenta saber algo más sobre su sistema de referencias. Con el intercambio contigo esa persona puede añadir más elementos y conexiones a su sistema de referencias, así como gracias a tu intercambio con ella tú puedes añadir más elementos y conexiones a tu sistema de referencias, y así ambos podéis ganar en sabiduría y manejo por la vida. Pero para que ello sea posible, para que ambos seáis permeables al cambio y a la transformación, tendréis que estar abiertos a la seguridad de que vuestro propio sistema de referencias no es absoluto, de que el del otro tampoco lo es, y de que queréis crecer con el intercambio. ¡Ah!, y será necesario que recuerdes también esto otro: muy posiblemente el otro no ha dicho eso o ha hecho aquello para fastidiar o herir, sino que sencillamente estaba expresando su propia coherencia, que difiere de la tuya.

No sé si es necesario añadir que la coherencia de cada cual incluye muchas incoherencias, puesto que no tiene nada que ver un sistema de autorreferencias con un sistema de verdades absolutas. En un sistema de verdades absolutas es incoherente promover un holocausto o una guerra con el fin de obtener una sociedad mejor, pero también es incoherente que nos mostremos buenos con los demás con la intención oculta, a veces incluso para nosotros mismos, de que los demás nos traten asimismo bien para no ver quebrantada nuestra frágil autoestima. Por supuesto, también es incoherente que el rudo considere las malas formas como una expresión del amor.

Hay maestros espirituales que hablan de que somos sondas de la Divinidad que hemos venido a experimentar en la materia. Resulta fascinante considerar cómo la Divinidad se subdivide en la miríada de puntos de vista que constituye cada uno de nosotros, por no hablar de los puntos de vista de cada uno de los animales y vegetales de este mundo, y de cualquier otra forma de vida de cualquier mundo. Podemos elegir la actitud de querer llevar a Dios todo lo que podamos derivado de todo lo que hemos atestiguado y permitirnos, en algún momento de nuestra evolución cósmica, que todos los puntos de vista de todas las formas de vida de alguna manera se integren en nosotros, llegando así a tener una visión global y una comprensión acerca de todo. Un día podemos llegar a ser como la gota que, procedente de una nube, se reintegra al mar. Pero esa fusión que anhelamos y a la que consciente o subconscientemente aspiramos requiere antes todo un proceso de dejar de ser “tan nuestros” y ser más universales, mediante la actitud de comprender, aceptar y soltar.

 

© Francesc Prims Terradas