Quien más quien menos cuenta con algunos recuerdos espléndidos; recuerdos que no cambiaría por los de nadie y que puede estimar que, por sí mismos, pueden dar sentido a su vida.
Estos recuerdos imbuyeron de plenitud un presente, o tal vez no, porque hay reconocimientos que requieren perspectiva.
Los recuerdos parecen no ser muy valorados en el campo del crecimiento personal, porque se nos induce la tiranía del presente; un presente que, si lo tomamos de forma literal, nos puede secar enseguida el corazón y detener nuestra vibración. Porque dejar de estar atentos a la multidimensionalidad de todo aquello con lo que vibramos para pasar a estar atentos a un solo ámbito de experiencia nos corta las alas, en realidad. [Estoy hablando de cuando nos dicen sencillamente “estate en el presente”, instrucción ante la cual hacemos lo que podemos: en general, nos ponemos serios e intentamos estar atentos a más cosas del ámbito físico, pero no se deriva de ello una plenitud].
Podemos darnos cuenta de algo: los hechos, los distintos acontecimientos de nuestra vida, se suceden con inusitada rapidez. Si decimos que solo el presente importa, que solo el momento es relevante, estamos haciendo apología de la enfermedad de Alzheimer, en que no se recuerda nada remotamente anterior ni hay tampoco ninguna proyección de futuro. Y creo que a nadie le gusta vivir en estado alzheimérico; todos preferimos conservar la perspectiva general de nuestras vidas y ser capaces de interrelacionar los distintos hechos.
Siendo que los acontecimientos presentes transcurren en un suspiro, que no hay ningún momento que se eternice, y siendo que queremos que nuestra vida tenga algún sentido, no es posible concebir este sentido por medio del presente frío, sino que hay que hacerlo atendiendo a una globalidad. Atendiendo a aquello que nos hace tomar una mejor decisión hoy a partir de la experiencia de ayer. Atendiendo al bagaje de sabiduría del que estamos tan orgullosos, adquirido gracias a atesorar momentos de comprensión.
Es tan importante la suma de todo lo anterior que hemos vivido, tan relevante, que incluso podríamos llegar a decir que el presente es algo que ocurre para darnos una experiencia que podamos incorporar al conjunto de nuestro bagaje, para acudir a ello siempre que lo consideremos o lo sintamos oportuno. En otras palabras: en cierto sentido podemos decir que lo que nos ocurre en la vida es relevante, más que por su acontecer en el presente, por lo que suma al depósito de todo lo que recordamos.
¿Cuánto duró eso que experimentaste de niño pero que sabes que no olvidarás jamás? En ocasiones son pequeñas escenas de apenas unos segundos. Pero han quedado incorporadas a tu acervo personal con tanta solidez que se extienden formando parte del conjunto de tu vida. Entonces, ese presente de apenas unos segundos constituyó una especie de “excusa” para proporcionarte algo de mucho mayor alcance que el hecho en sí: su incorporación y recreación en tu conciencia, de donde extraes intuitivamente su significado, que no es otro que una vibración-experiencia que nutre tu alma.
Esto nos lleva a la siguiente consideración: el presente no tiene validez solamente por lo que acontece en el momento, sino también y sobre todo por las asociaciones explícitas o latentes que sumamos a dicha experiencia del presente. Quien experimenta el presente es alguien que se halla en él con todo su bagaje de conciencia, con lo cual en ese presente incorpora sus sensaciones y sentires que tienen algún tipo de relación con esa escena. Así pues, el presente es no solo aquello que experimento como presente propiamente dicho, sino también todo aquello que le añado para enriquecerlo.
Pongamos por ejemplo que me hallo en un parque. Una postura de frío presente me haría reconocer “estoy en un parque” y estaría atento a todo lo posible, pero no me sentiría vibrar de una forma especial. En cambio, una postura de rico presente me proporcionaría destellos de mis anteriores momentos de felicidad en un parque; momentos en que además no estaba solo sino que había otras personas; e incluso, más allá, puedo visualizar ese parque lleno de vida, de personas o presencias que son muy felices en él. Si me detengo a oler una flor, toda esa riqueza se exacerba. Mi conciencia se ha ocupado de llenar ese momento por medio de hacer converger en ese presente lo mejor que hay en mí destilado de mis momentos de felicidad anteriores, destilado de mis experiencias gourmet. Tengo la sospecha de que la sensibilidad de poblar lo que ocurre físicamente en el presente con vibraciones asociadas constituye la nutrición de las imaginaciones más inspiradas.
Hay algo que debemos tener en cuenta: que el tiempo no existe. Que solo existe el momento presente. ¿Contradictorio con todo lo que he expuesto? Justo lo contrario: si solo existe el momento presente, nuestro pasado e incluso nuestro futuro conviven con nosotros en el momento, pero al no poderse acumular los momentos (sería como si, al viajar, todo el paisaje recorrido se fuese viniendo con nosotros) queda un recurso para armonizar todos los tiempos: que todos ellos se condensen y resuman en nuestra conciencia. Es decir, aquí y ahora soy la suma de todo lo que me ha acontecido (y, en principio también, de lo que me acontecerá; tal vez por eso tenemos de pronto comprensiones inexplicables. Pero mejor no entremos ahora en este terreno). Los momentos no pueden acumularse, pero sí que se ha acumulado la experiencia derivada de ellos. Por eso cualquier presente puede contener, legítimamente, la riqueza de todo lo que hemos destilado.
No sé si alguna vez te has planteado lo siguiente: has vivido algunos momentos tan mágicos y especiales que te preguntas cómo podrá la Plenitud prescindir de ellos; cómo será posible que tras tu muerte sean descartados y cómo podrás ser eternamente feliz en la luz en ausencia de esos seres y escenarios que constituyeron para ti el paradigma de la felicidad perfecta. Crees incluso que tendrás que seguir reencarnando buscando reeditar esas experiencias, volviéndote a encontrar con todos aquellos y todo aquello que asocias con una felicidad tan grande. Y de algún modo sientes que no hay derecho de que eso se te quite; si el cosmos aspira a tu plenitud, no tiene sentido que te arrebate aquello con lo que asocias la felicidad.
Bueno, a ver qué tal esta reflexión: lo que viviste no fueron más que excusas para proporcionarte ese bagaje para tu alma. Es decir, no importa tanto lo que viviste como lo que hiciste y haces con ello. Y esto te pertenece para siempre. De algún modo, de alguna manera, te acompañará allende el tiempo. Y puesto que todo es uno y todos somos uno, no habrá manera de que puedas verte separado de eso que tanto amas. Al contrario; el hecho de amarlo tanto te une a ello indefectible y permanentemente.
Existe una trampa: la nostalgia. La nostalgia consiste en valorar sobremanera un hecho que tuvo lugar y anhelar su regreso, cosa que en la mayor parte de ocasiones resulta imposible. Ello condena al nostálgico al dolor de un anhelo inviable; es una forma de sufrimiento de la que se habla poco pero que mantiene a muchas personas sumidas en un pozo de negrura. En la nostalgia la persona no reúne su energía, sino que encapsula buena parte de ella dentro de un envoltorio de imposible y la separa de sí misma. Así, siempre le va a faltar algo.
El rico presente del que hablo está a las antípodas de la nostalgia. El rico presente consiste en estar ahí con la suma de lo que soy, permitiendo asociaciones felices pero sin forzarlas, sabiendo que estar viviendo lo que estoy viviendo era el objetivo de las experiencias que una vez tuve. A la vez, reconozco mi unidad con aquello que recuerdo y amo y lo bendigo, consciente de que estoy unido a ello para siempre, en el Momento Único que es sinónimo de eternidad. Y dejo en manos de la Providencia, de la Divina Inteligencia que hizo posible mis mejores vivencias que aquello se transmute del mejor modo para la mayor felicidad de todos.
Alguien que agradece y valora sus vivencias de esta manera no puede ser pobre, jamás. Pues dondequiera que vaya, y tenga el dinero que tenga, va con sus mejores vestiduras: el bagaje existencial, experiencial, que nadie le puede arrebatar.