La muerte… el inevitable acontecimiento que a todos nos aguarda. O «el examen que todos vamos a superar», si queremos expresarlo así. Está claro que morir es algo que «todos vamos a saber hacer». No tengo claro que todos los que quieren nacer logren hacerlo, pero sí está claro que todos vamos a «lograr» dejar este plano.
Es curioso que un examen que ya tenemos superado de antemano genere tanta angustia y ganas de evitarlo, cuando resulta que «estar muertos» es aquello a lo que estamos más acostumbrados. Porque dentro de la larga vida del universo, ¿cuánto tiempo hace que estás en el plano terrestre en esta encarnación? ¿Veinte años, cuarenta, sesenta? ¿Dónde estabas antes? ¿A cuánto tiempo atrás debes remontarte para encontrarte viviendo, también temporalmente, en otro cuerpo físico? Si la humanidad se extinguiese y debiese surgir otra, ¿cuánto tiempo podrías tener que esperar hasta tener la oportunidad de estar de nuevo en lo físico?
Estoy presuponiendo la inmortalidad del alma y la reencarnación, sí, porque considero que es el escenario más probable. Tenemos suficientes indicios de ello en muchas tradiciones religiosas y espirituales, en las enseñanzas de muchos sabios y sabias de todas las épocas y culturas, y en las experiencias actuales y de todos los tiempos de personas que tienen contacto con otros planos y que incluso van y regresan de ellos, en las conocidas como experiencias cercanas a la muerte. Si no acabas de verlo claro y quieres más detalle, te aconsejo el libro ¿Qué hay después de la muerte? de Emilio Carrillo, novedad editorial de febrero de 2018 (en España), en el que he colaborado como coautor (Editorial Planeta, sello Martínez Roca). En esta obra se dedica un capítulo a desgranar los distintos tipos de fuentes que apoyan fuertemente la tesis de que la vida no acaba con la muerte; además, el mismo Emilio ha tenido una experiencia cercana a la muerte, y estoy convencido de que cuenta con otros indicios vivenciales en los que basarse. Y Emilio Carrillo no es la única fuente de confianza en esta obra; están también las descripciones de varios colaboradores que tienen la capacidad de establecer contacto con las almas que están en el más allá.
La muerte es pues el examen que todos vamos a superar, y entonces la cuestión es: ¿con qué nota? Podemos superar el trance con un aprobado justo y con otras calificaciones, hasta llegar al sobresaliente.
El aprobado más justo es el que obtendrían los individuos que tienen tal aferramiento a lo físico y lo material que no pueden concebir otra forma de existir ni siquiera después de haber abandonado el cuerpo físico. Esto se corresponde con un estado de conciencia tan egoísta que se manifiesta como comportamientos perversos. A esa alma le esperan larguísimos años de penurias en el espacio post mortem.
Podemos sacar también un aprobado alto o un bien; en este caso, puede ser que tardemos cierto tiempo en darnos cuenta de que hemos fallecido y en aceptarlo, pero cuando lo hagamos y hayamos depuesto nuestros apegos, podremos acceder al denominado plano de luz. Un ejemplo paradigmático de esta demora lo ofrece la película El sexto sentido.
Un notable podría corresponder a una muerte consciente o casi consciente; enseguida nos damos cuenta del propio fallecimiento y lo aceptamos sin problemas, y no tardan en abrirse otras puertas.
El sobresaliente correspondería a tal dominio de la conciencia que se puede decidir el propio destino tras la muerte. Hay seres que, en lugar de entrar en el nirvana una vez alcanzada la perfección, permanecen voluntariamente en el plano que es el alto astral para ayudar desde ahí al género humano.
Lo más relevante es que la nota que saquemos dependerá «de lo que hayamos estudiado». Y ¿cuál es el período de estudio?; pues nuestra vida, toda ella. Hay formas de vivir y afrontar la existencia que favorecen la paz interior y la reconciliación con una perspectiva vital amplia, y hay formas de vivir y afrontar la existencia en las que esta vida física se concibe como un absoluto, con todos los goces pero también todas las desesperaciones que ello conlleva.
Bután es el país del mundo con mayor índice de felicidad, y se da la curiosa circunstancia de que sus habitantes tienen la instrucción de pensar en la muerte varias veces al día; además, la muerte se representa artísticamente con desparpajo en ese país. Puesto que no tendremos más remedio que ir a esa aula a hacer ese examen, es absurdo vivir en el olvido de esta realidad. Es mucho más sensato afrontar esta existencia física como un paréntesis de estudio que no solo determinará la nota que saquemos al final, sino también la «carrera» a la que podremos optar a continuación.
Y ¿cómo podemos «labrarnos un buen futuro profesional» en el ámbito de la vida eterna? Todo depende de «lo bien que estudiemos» ahora. «Estudiar bien» en el período que es esta existencia física consiste en tener una serie de comportamientos y actitudes con los que nos quitemos lastre. Estamos condicionados por nuestra humanidad, sí, pero la clave es: ¿nos estamos comportando según lo que nos dicta nuestra biología o, en cambio, sabemos que somos seres espirituales que tenemos la opción de expresar nuestro dominio sobre la materia? Esta oportunidad de cultivar el «dominio sobre la materia» tiene matices distintos según lo que deba afrontar cada uno. Todo lo que sea mitigar el egoísmo y la codicia, mitigar la dependencia emocional, salir de una adicción, no aferrarse a los agravios, estar al servicio de la vida y reflexionar sobre cuestiones trascendentes entra dentro de lo que es interesante hacer para cultivar nuestro ser espiritual. Todos sabemos qué es lo que nos crea dificultades, lo que nos aprisiona o lo que nos chafa. Todos sabemos en qué podemos mejorar aunque nos dé pereza afrontarlo.
Todo se resume a: ¿podrías morir en paz hoy mismo? ¿Qué lamentarías no haber hecho? ¿Podrías morir hoy con mayor paz que veinte años atrás, o el pánico sería el mismo? ¿Qué significa para ti el cultivo de tu paz interior?
En ¿Qué hay después de la muerte? se revela mucho sobre lo que hay más allá, pero sobre todo diría yo que es una obra que nos invita a replantearnos nuestra forma de vivir, teniendo en cuenta el gran contexto en el que se desarrolla nuestra existencia. Disponemos solamente de unos cuantos años, y puede ser una excelente idea que los amorticemos de la mejor manera posible.
© Francesc Prims Terradas