Mis emociones o mis sentimientos son míos, ¿verdad? Se conciben como la parte más íntima y merecedora de respeto de la persona. Acusamos a los demás de que hieren nuestros sentimientos cuando lo hacen, y sabemos que hay heridas emocionales que no cicatrizan jamás. Concebimos los sentimientos y emociones como una de las más gloriosas expresiones de ser humano, y, sobre todo, todos tenemos los nuestros. Muchas veces ni tan siquiera los revelamos. Constituyen nuestro espacio más inviolable.
Sin embargo, ocurre algo. Por favor, intenta ser consciente del significado de estas palabras: alegría. Celos. Envidia. Ambición. Despecho. Ternura. Estar ilusionado. Miedo. Paz. Rencor. Perdón.
Podría seguir un buen rato, pero a efectos de la reflexión que quiero hacer es suficiente.
Estoy convencido de que asociaste esas palabras con estados internos muy semejantes, por no decir iguales, a los que pueda haber evocado yo mismo.
Esto es prácticamente un milagro, porque estamos asociando algo abstracto (una palabra) con algo igualmente abstracto (un sentimiento o emoción). Es comprensible que aprendamos a asociar entes abstractos con aquello concreto que designan (por ejemplo, la palabra mesa con lo que son las mesas), pero ¿cómo pudimos asociar dos campos de expresión abstractos?
No se me ocurre otra cosa que la resonancia. Todos estamos dotados con el mismo set de sentimientos y emociones, de modo que nos resulta fácil reconocerlos, incluso aunque jamás hayamos visto los propios ni los de nadie. De modo que nos basta una evocación (una palabra) para activar la memoria de ese sentimiento o emoción.
Esto nos lleva a una consideración de gran alcance: los sentimientos y emociones no son tan nuestros como parece. Más bien podríamos considerar que forman parte del campo global de la experiencia y que por algún motivo estamos sintonizados con dicho campo, de modo que los vamos experimentando.
Experimentamos sentimientos y emociones en el cuerpo porque los experimentan nuestras células. El cerebro ordena la emisión de ciertos péptidos ante ciertos estímulos, que viajan por el torrente sanguíneo y las células los incorporan gracias a disponer de los receptores oportunos. Al sentirse muchas células de una determinada manera, pasamos a considerar que nos sentimos así.
Pero desde la perspectiva de cada célula, tal vez cada una de ellas se siente única en lo que experimenta. Tal vez dice “mis sentimientos” y se cree original y única en el universo por tenerlos. No tiene en cuenta que hay millones de otras células sintiendo lo mismo en el mismo momento.
A una escala mayor, en la cual podemos concebirnos como células del gran cuerpo de la humanidad, parece que ocurre algo semejante. Sentimos lo que sentimos, por lo cual nos sentimos originales y únicos, cuando puede ser que haya millones de personas sintiendo eso mismo en ese momento; o bien lo sintieron antes o lo sentirán después.
Entonces, ¿dónde queda nuestra originalidad, el reducto sagrado de nuestro mundo emocional?
Somos tan similares que casi podemos concebirnos como delegados de una megainteligencia que quiere tener experiencias y lo hace a través de todos nosotros; cada uno le aportamos un matiz de experiencia distinto, pero la esencia de lo vivenciado es la misma.
Esto puede no ser escandaloso. Si Lo Que Es (Dios, o como quieras llamarlo) es Uno y es todo lo que hay, ¿qué pintamos nosotros siendo varios?
He hablado de sentimientos y emociones, pero también es dudoso que haya grandes diferencias entre nuestros pensamientos. Tenemos distintas perspectivas de las cosas, sí, pero las diferencias son precisamente más de perspectiva que de la cualidad esencial de lo que pensamos.
Nos sentimos muy nuestros, y por ello originales y únicos, cuando podría ser más certero que nos considerásemos una expresión más de la divinidad, una perspectiva más. Esto no es poco, de hecho es mucho y un gran honor; es un honor tan grande que precisamente por ello no necesitamos quitar el honor a nadie más, puesto que el nuestro está garantizado. Podemos ser una perspectiva y valorar por igual todas las demás perspectivas, así como una célula se valora como única pero sabe también que comparte cuerpo con billones más iguales en dignidad. La célula no necesita convertirse en cancerosa para diferenciarse, aunque a veces tiene un error de apreciación y lo hace (por favor, aprecia esta reflexión más como una metáfora que de forma literal). Siendo cancerígena es sí muy suya, hasta el punto de que desatiende totalmente las necesidades del conjunto. Cree que esto le garantiza la supervivencia, cuando en realidad ocurre todo lo contrario…
Que seamos únicos (perspectivas únicas) no está en contradicción con que compartamos la información básica que nos constituye como esencia. De hecho, ambas verdades se hermanan y complementan. Asumirlo nos permite valorar el lugar que nos corresponde como integrantes de un maravilloso conjunto y honrar a todos los demás por lo que son y aportan.
Vernos como células del gran cuerpo de la humanidad es un maravilloso paso inminente dentro de los nuevos paradigmas. Te invito a disfrutarlo y actuar de acuerdo con ello.